miércoles, 21 de octubre de 2015

Judith Filc



Potter's Field


El cuerpo
choca
contra el
asiento

La mano se
agita
vana
junto a la
argolla

                       Estaba inconsciente cuando
         los paramédicos lo sacaron del subte.
                 Murió unas horas después en el
         hospital de Brooklyn de un páncreas
        inflamado y un corazón débil.
                    No tenía documentos.


Yo solo
veo
los cordones
color verde
neón

las zapatillas
azules

Como las de
mi marido
pienso

"Solo familiares"
me dicen

Perdida en el
pasillo

solo veo

cordones
color
verde
neón







Shelterized


con los ojos
cerrados
boca arriba

tallan el
marco y el
umbral

no oyen
chillidos ni
crujidos

las manos giran sobre las
llamas

marcos de
madera y
vigas

no ven el brazo que
cuelga de la
cama

grietas
rendijas

boca abajo
oyen
suspiros
siluetas
planean rozan sus
cabellos

ladrillos
y argamasa

ni el goteo
tenaz

el jardín las
flores blancas del
almendro

brazos como
alas se
propagan


ni el torniquete

la sombra del sauce

murmuran un
cántico que lo
ocupa todo

ni el grito

un techo







Ceremonia


"La primera vez
solo quería estar
al sol

No sabía

Íbamos
callados

queriendo
pisar
la tierra

mojada

las hojas de los
árboles

goteando

la lluvia de
ayer

Tocar la lluvia" 

Avanzan
durante
horas
desenterrando

A cada
descripción de
señas
personales

él agrega un
nombre







Nostalgia


Corremos
como
locos
buscando
un lugar donde
escondernos

Llegamos a
nuestro
vagón y
trepamos
con cuidado

Está
vacío

El nido es el
pájaro
construido desde
adentro

Nos metemos
bajo la
frazada

Todo lo que
tenemos
está
acá

Cumplí los
doce en el
instituto
me escapé y
me fui a
bailar

No sé
cuántas
veces
entre y
salí

                        Es la forma de su
                        cuerpo su
                        dolor

Corrimos
hasta
alcanzar los
árboles
espesos de
sombras

Nos dejamos caer
bajo las ramas y
entonces lo
vi

Sobre una
rama
delgada y
endeble
hecho de
barro y
vacío


Bio. (Buenos Aires, 1962) Es médica y doctora en literatura comparada y teoría literaria. En 2002 viajó a Nueva York para hacer investigación en el Institute on Culture and Society de la Universidad de Columbia. Por esas vueltas de la vida, terminó instalándose en el valle del río Hudson, donde vive con su marido y su hijo.
 Es traductora y editora. Vida en la tierra es su cuarto poemario. Anteriormente publicó Transducciones (1985), El otro lado (1998) y Resquicios (2010).
 Administra el blog Word Creation/Crear con palabras, donde publica sus traducciones al inglés de poesía hispanoamericana. Actualmente está trabajando en un libro sobre lengua y extranjería.

martes, 6 de octubre de 2015

Aixa Rava




Tierra del fuego

La luz rodea el verano en el recuerdo,
aquí la sombra deambula con los niños;
entre turberas y fiordos, los glaciares
hacen que el hielo se vuelva un enemigo.

En esta isla, la sangre se congela,
la piel se raja, la voz se hace chillido;
y hasta las bestias, las plantas, los caminos
creen que la nieve es ajena al paraíso.

Y es que no hay cardos, sudor, no hay regocijo
de tambos, de granjas ni de silos;
y si hay un sol, un día, una tarde,
se esconde junto al hierro sin aviso.

Jugar es cosa de adentro, no de plaza,
y a nadie se le antoja el infinito,
que está en el mar, en el nombre, en la bahía,
en todo el viento, y también, en todo el frío.

En un domingo de bosque y costa espesa,
la libertad una rama de lenga
quiebra
con la ilusión de salir y no encontrarse
con el blanco, el gris y la tristeza.

La isla para el niño es una cárcel
con gaviotas, nutrias y orcas muertas,
un exilio, un castigo, una venganza,
que en el sur de estos pies dejó su huella.



Corazón de aire
              
Mamá hace pan
como yo dibujo con crayones la pared
—así de fácil
como mi hermano ríe
desde la cuna cuando la ve
—así de natural
como si fuera panadera
y no maestra.
Gira la masa,
la dobla sobre sí misma,
engendra un corazón de aire
y lo presiona
con la intensidad de una caricia.

La mesada se templa para recibir la harina,
dan ganas de acostarse encima
con la panza desnuda
—la tibieza del pan se huele cinco horas antes.
Mamá hace panes trenzados,
como varas, como hogazas,
con cruces o rayitas,
panes integrales,
de leche, con semillas
y agua de azahar para las Fiestas.
Nunca le salen igual —eso ya es regla—
“a ojo” siempre dice
y todo, todo le queda tan rico.

Cuando los bollos están
engordando bajo el repasador
y se renueva la advertencia de no entrar
a la cocina, yo le voy avisando a mi estómago
que se prepare. Con Tatung no nos alejamos
ni dos pasos de la mesa.






 Horizonte

Bicicleta y pedaleo
veo pasar la piedra
toda cortada en figuritas,
veo el cemento y las baldosas,
la tierra bajo mis ruedas
de triciclo
pedaleo
y me alejo porque no quiero
pero quiero
llegar al campo, rascar el cielo.
Perderme
entre los maíces
que grises se van poniendo
y entre semillas
y tallos —tumbas,
trigo, puentes, bayos
punzar el horizonte
muy lejos
muy alto
y en un punto
desbordado    nubloso    extremo
quedarme porque me siento
muy afuera
y muy adentro.





En constante retorno

Vuelvo a los sueños eternos de los veranos,
al cálido roce de las colchas rojas
sobre el piso helado.
Vuelvo a tomar la leche de las botellas,
a comer masitas de latas negras.
Entre la lluvia nadan unas memorias
y en una gota cabe todo el universo,
en una gota que me trago,
cuando cierro los ojos y adormezco el pecho.

Las baldosas bajo mis pies diminutos
son rojas —mis zapatos, negros.
A veces no sé si es cierto lo que veo,
las imágenes se funden con los hechos.
Sólo sé que vuelvo como un pájaro,
me extravío en los silencios.
Vuelvo al centro de la ausencia
y me construyo con ecos.






Barda

No escucho más que la voz
del viento,
la veo quebrar
instantes como frutos secos.
El valle —un infierno verde—
nos hunde en este desierto
y son dos
los cauces que irrigan tu perfil bermejo.

Yo corrí esa piel muchas veces,
me enredé entre alpatacos
y le di mi carne a las espinas.
Pisé —y resbalé
tus piedras sueltas
y el hueso de algún cocodrilo
enraizado en tu vientre.
Desde el mirador, junto al canal de la ciudad
y la avenida, vi extenderse el campo de golf
—otra conquista
sobre tu parte dormida.
Me sentí libre en tus venas
—creo que también me sentí presa
y me fui antes de morderte más las uñas,
un intento voraz
de escaparle a la locura.


Bio: Aixa Rava (Tierra del Fuego, 1982) Profesora en Letras y de Español como Lengua Extranjera egresada de la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén). Es correctora de la editorial Buenos Aires Poetry y de agencias de traducción nacionales y extranjeras, y reseñadora de Solo Tempestad. Publicó el poemario Barda (Buenos Aires Poetry, 2014) y varios cuentos y microrrelatos en Revista eSe (Rosario) y Revista Kundra, en la cual colaboró como redactora y cronista. Actualmente, está terminando de corregir su segundo poemario.